PEDRO PUDÍN DE PAN EN PALESTINA


Los aduaneros vieron que Pedro no llevaba más que equipaje de mano y un perrito, y lo dejaron pasar sin examen más detenido. La aeromoza que le había traído el café en el avión estuvo riendo a medias en la puerta junto con unas amigas, y le cucó un ojo cuando pasó. El sol estaba en el cenit, y los israelís andaban en mangas de camisa. Pedro creía que una paloma podía descender del cielo azúl a la tierra en cada momento.
En lugar de esto de repente revoloteó del cielo con mucho ruído un avión, que penetró en los rascacielos a lo lejos. Tras una ráfaga de luz, nubes negras ensuciaban el horizonte. Dentro de poco aullaban las sirenas. La gente se hubo parado por un momento, pero se puso en movimiento otra vez, y volvió al empleo resignada.
Pedro compró un tiquete en el autobús que lo iba a llevar a Jerusalén. El buen perro pudo viajar con él sin precio alguno, y atraía la atención de los demás pasajeros. Iban por regiones áridas bajo el sol muy ardiente, pero había en el autobús coca cola refrigerada y acondicionamiento de aire. Después de una hora llegaron al puesto fronterizo de Ramala, donde cada palestino que quisiera pasar este puesto para entrar en Israel estaba esperando en una larga fila hasta su turno de ser cacheado por un soldado israelí. Sí, ¿cómo podrían los israelís evitar tales medidas? Hay explosiones casi cada día en un autobús lleno de escolares o en un hotel lleno de turistas, porque allí entra paseando con granadas en su bolsillo interior algún árabe quien comienza a gritar que Alá es más grande.

En Jerusalén, primeramente Pedro fue a presentarse en su hotel. El viejo portero era de pocas palabras, y se veía un poquito pálido. El cuarto al lado del cuarto de Pedro lo ocupaba una familia con niños ruidosos. A los padres les costaba mucho trabajo refrenarlos. Por eso le sonreían al nuevo vecino para disculparse. Los niños abrazaron al perrito, quien hizo amistad con ellos en seguida.
Luego Pedro fue al centro de la ciudad en busca del Monte Calvario para ver el Vía Crucis por el que nuestro Salvador había ido a la Crucifixión. Pasó por unas callejuelas coloradas en las que los árabes habían expuesto su mercadería y se dirigieron a Pedro para vocear sus mercancías. Un borriquillo cargado de refrescos atrajo la atención del perro y del jefito. Pedro le preguntó el camino de Gólgota a una chica palestina que estaba vestida de pies a cabeza en vestiduras tradicionales.
Entonces de repente retembló la tierra, y la presión de aire derribó a la gente. Ascendieron muy cerca las llamas de una casa encendida, y la atmósfera la intoxicaba una olor a chamusquina. Reinaban pánico y caos, y se oía gritos en todas partes. Pero lo peor era: ¡había desaparecido el amigo pequeño de Pedro, su amor ... el perrito!
Aullaban sirenas, se huía la gente, pero Pedro no pensaba en más que en su perrito. ¿Se había escondido por debajo de algo? Pedro buscaba bajo tiendas ambulantes, tras setos y en jardines, tras puertas abiertas ... A cada momento gritaba el nombre de su perrito: "¡Stip! ¡Stip! .. "
Un policía le dijo a Pedro con acente irascible que se alejara. Pedro casi se desesperaba. Pasaron bomberos con camillas, en las que por lo visto llevaban a las víctimas muertas del atentado. Y de pronto Pedro vio en una de estas camillas, cerca de los pies de una señorita muerta, a una criatura miserable .... ¡su perrito Stip! Lo cogió en brazos agradecido, y siguió buscando el olivar de la Biblia, Getsemaní.