PEDRO PUDÍN DE PAN EN MÉXICO


El aeropuerto internacional de la ciudad de México por supuesto es muy grande, aunque sea más grande el aeropuerto de Amsterdam. Pero el aerotren que junta la terminal de vuelos internacionales a la terminal de vuelos nacionales es poco conspicuo. Esto es lo que hace dificil el cambiar de avión en la ciudad de México, al menos para viajeros inexpertos. Puedes perder el vuelo de conexión porque llega un minuto tarde a la otra terminal el aerotren al que has subido de prisa después de una busca larga.
Además es importante golpear la nota correcta cuando quieras preguntarle el camino a un empleado del aeropuerto, porque los holandeses olvidan muchas veces que cambiar de avión no puede suceder sin cortesía. Aún hay circunstancias en las que tienes que dar una propina.


Pedro Pudín de Pan iba a Monterrey para conocer a la familia de su nuera. Su hijo le había informado por extenso desde Monterrey sobre los bandidos que infestaban la ciudad, y sobre las dificultades con las que podría tropezar durante su viaje. El vuelo iba a comenzar en Amsterdam, y tras un vuelo de once horas era provisto el cambio de avión en la ciudad de México. Porque Pedro era casi sordo, y no volaba casi nunca, la señorita de la agencia de viajes había arreglado asistencia con el cambio de vuelo para él.
En la ciudad de México, Pedro vio a la salida del avión unas butacas de ruedas. Una bonita azafata le invitó sentarse en una grande butaca de ruedas. Sin embargo, a Pedro le pareció infame hacerlo. Era sordo, pero podía ir en pie. Por eso rachazó el ofrecimiento, y fue en busca del avión que tenía que llevarlo a Monterrey. El vuelo ya estuvo anunciado en los monitores.
Pero no hubo contado con que tenía que pasar la aduana. Porque hubo rechazado la butaca de ruedas, tuvo que juntarse a una de las largas filas y esperar su turno como los otros que avanzaban lentamente. A lo lejos vio al aduanero que iba a inspeccionarlo, quien estaba charlando y bebiendo café y tal vez preparando su siesta.
Después de la aduana, a Pedro le restó media hora hasta que su avión fuese a despegar. ¿Donde estuvo el maldito aerotren? El primer empleado del aeropuerto al que lo preguntó le indicó el camino erróneo, el segundo le miró como si fuese imbécil, pero el tercer le indicó un paso poco conspicuo entre dos tiendas. Así Pedro llegó a su avión al último minuto. Mientras entraba con la tarjeta de embarque en la mano, vio que acudieron otros dos que hubieron estado con él en la primera avión.



A la vuelta, dos semanas después, Pedro sí aceptó la ofrecida butaca de ruedas. Empujado por un amable auxiliar, pasó en su butaca a la gente ordinaria que avanzaba lentamente en las largas filas. El auxiliar lo empujó adentro de un ascensor, y tardó un poquito en salir. Al fin, Pedro fue aparcado al lado de una ventanilla, y el auxiliar les dijo a sus colegas que no hubo recibido nada. Ahora Pedro comprendió que querían una propina, pero fingió que no comprendía nada.
Pero Pedro comprendría que no podían dejarlo al lado de la ventanilla, pues esperaba quietamente lo que iba a pasar. Después de media hora vino un otro auxuliar para estrecharle la mano. Este hombre le mostró fotos de su familia, y al fin le pidió una propina. Pedro le dio cincuenta pesos mexicanos, cerca de tres euros, dinero que basta para comprar una buena comida. Luego el auxiliar ayudó a Pedro elegantemente con pasar la aduana y llegar al avión a la hora. .