PEDRO PUDÍN DE PAN COMO VIEJO DEMENTE


Cada uno puede dormirse mientras mira televisión. Sin embargo, desde que Pedro Pudín de Pan indicaba a su guapa vecina con nombres cada vez diferentes, su esposa sospechaba que el buen hombre tal vez se volviera demente. Unas veces la indicaba con 'vecina Anita', otras veces, muy seriamente, con 'vecina Monique' o 'vecina Sabine'. Tal fue el inicio. Más adelante ya no conocía los nombres de sus propios hijos.
Mientras no pasara nada de especial durante los quehaceres cotidianos, parecía que Pedro podía resolver los problemas de cada día con muchos esfuerzos. Pero un mal día, el supermercado Aldi cerró las puertas, y Pedro no podía recordar el camino a ningún otro supermercado. Siempre erraba, y llegaba a casa con pantalones mojados. Por eso su esposa decidió buscar para él un lugar en un asilo de ancianos.

Había ambiente hogareño en el piso cerrado del Jardín de Edén. Era una casa antigua, donde en cada cuarto dormían dos pacientes. En el espacio común, los inquilinos estaban sentados a grandes mesas. Había televisión, había canarios, todos recibían bastante café o limonada. Los enfermeros andaban por ahí alegremente, y atendían a los viejos dementes muy amablemente.
Dos personas, agarradas de la mano, iban de continuo desde una puerta cerrada hasta otra, sin perder el buen humor nunca. Tambien había una señorita anciana que en todo momento pedía una babera limpia, aunque todavía estuviera aseada su babera. Pedro Pudín de Pan pedía café cada vez. Los afables enfermeros hacían que su vaso siempre estuviera lleno. Sentado a la mesa muy contento, canturreaba una canción de la virgen María.

Siempre que alguien visitaba a quienquiera de los pacientes, se levantaba Pedro Pudín de Pan. Se presentaba con dignidad, estrechandole la mano al visitante: "Buenos días, señor (o señora), me llamo Pedro Pudín de Pan. Bien venido en el Jardín de los Olivos". Lo que decía Jardín de los Olivos en vez de Jardín de Edén, todos lo tomaban por broma, así que todos se reían de gana. Por contragolpe, algunas veces Pedro pícaramente le daba una nalgada a una enfermera. En tal caso los enfermeros se cucaban un ojo, y a Pedro le decían que se comportara más galantemente.
Por supuesto, la esposa y los hijos de Pedro le visitaban muchas veces. Siempre le traían una cosa amada, por ejemplo alguna foto de antes o un libro favorito. Salían de paseo con él, o tomaban café. Si Pedro quería ir a casa junto con ellos, le recordaban que aún tenía que contar a las enfermeras una historia de la ciudad de Maastricht en la que vivía. Al oír esto se serenaba su cara, y olvidaba que quería ir a casa.

Sin embargo, un día, Pedro hubo desaparecido. Tal vez hubiera salido junto con algún visitante, porque los que no lo conocían podían facilmente tomar a Pedro por otro vistante. Los empleados de la casa organizaron una búsqueda a Pedro, y informaron a la familia de la desaparición.
Lo buscaron en el café Perron, pero no estaba allí. Lo buscaron en el parque de juegos Fuerte Guillermo, pero no estaba allí tampoco. Pasaron el parque de la ciudad por el peine fino, y lo buscaron hasta en el Monte San Pedro, porque no se puede saber lo que pueda hacer tal viejo demente. Ni el menor rastro. Pasaban los días, y la foto de Pedro ya había aparecido en el periódico y en la televisión. Al fin, después de una semana, vino una tarjeta ... Saludos de París. No traía remite, pero la tarjeta había sido dirigida a la esposa de Pedro, y la escritura era de la propia mano de Pedro.