PEDRO PUDÍN DE PAN Y LA CRISIS DE CORONA


Todos quieren saber cómo se comportaba Pedro Pudín de Pan durante la crisis de Corona. Porque entonces nos aterrorizaba el dragón glotón de tres cabezas, llamado Corona. Teníamos quedarnos en casa por seguridad. En el jardín del castillo Drakensteyn aparecía, cada día exactamente a las dieciséis horas, el fiel lacayo Juan para comunicar solemnemente cuántas ranas hubo tragoneado el monstruo desde hace veinticuatro horas. Dos metros tras Juan estaba la moza Agatha, comunicando lo mismo por medio de lenguaje de signos para los duros de oído. Todos esperabamos que los números fueran a disminuirse, porque nuestra reina Maxima estaba enamorada de las verdes ranitas.
Mientras tanto, el rey Guillermo Alejandro había consultado a los expertos y inventado un plan para controlar la situación. En una arenga en la televisión prometió que cada joven podría casarse con una de sus hijas si cortara una cabeza del dragón con la espada del difunto príncipe Bernardo que estaba lista en una mesita: el primero con Amalia, el segundo con Alexia, el tercero con Ariane. Además, el joven valiente recibiría un par de provincias: el primero Limburgo y Brabante, el segundo Groninga y Frisia, el tercero Flevoland y Zelanda.

Pedro Pudín de Pan viajó inmediatamente al palacio real, donde el dragón estaba escupiendo fuego en su estancia de concreto blanco en el aire libre. Pronto la familia real estuvo lista en la tribuna que se había construído para darle a la familia la ocasión exclusiva de mirar a Pedro. Los expertos dijeron que la probabilidad de buen éxito de Pedro era de dos por ciento. Por eso no se preocupaban mucho las princesas.
¿Pero dónde estaba Pedro? Las hijas del rey ya se volvían impacientes, y bostezaban con intervales siempre más cortos. En un momento dado se abrió la puerta de la estancia del dragón. Tras unos segundos una mano cogió con un guante blanco la espada del príncipe Bernardo que estaba listo en una almohadita roja. ¿De quién era esta mano?
No veía a Pedro nadie, porque estaba vestido en un traje blanco de camuflaje. Se estableció en la estancia del dragón con una grande provisión de leche blanca y queso blanco, y se quedaba allá por siete semanas para aguardar el momento justo.
Este momento vino de repente, cuando en un día el dragón había comido a demasiado ranas. El monstruo se acostó y puso una de sus tres cabezas a dos pasos de Pedro en el suelo de concreto. Entonces nuestro héroe pudo cortar esta cabeza sin dificultad.
Sin embargo, no se casó con Amalia, porque sabía que ella prefería casarse con cualquier intelectual izquierdista. Así sobraban para Pedro después de la aventura tan solo las dos provincias de carnaval, Brabante y Limburgo.