Las Almas Apagadas


Hace mucho tiempo, en un país muy lejos, vivía una vez un cazador, quien tenía fama como tirador sin par. Siempre que tiraba, acertaba, no se tenía que dudarlo. Además era valiente, cazaba hienas, chacales, leopardos, jabalís y otra caza mayor, y siempre traían muchas piezas de caza los hombres que le acompañaban. No tenía igual, por eso la gente lo llamaba el gran cazador. Porque en este país gozaban de gran estima los cazadores valientes, todos lo trataban con respeto. Estaba casado, pero no duraba mucho tiempo la dicha del matrimonio. Al nacer el primer hijo, murió la madre, y el gran cazador acogió en casa a una hermana de su esposa, para que ella cuidara del niño recién nacido y necesitado de ayuda.
Después de poco tiempo, el gran cazador viajó con unos sirvientes a una otra región para cazar allí, porque en su propia región había matado casi toda la caza. Dejó a su hijo en su finca con la hermana de su esposa y unas sirvientes. En la nueva región se domicilió con sus hombres en una aldea. Sin embargo, en la jungla fuera de la aldea vivía una bruja, pero esto no lo sabía el cazador. Esa bruja no era fea ni vieja, porque en este país estaba una clase de brujas muy diferentes. Esta bruja era joven y hermosa como una hada, pero era una hada mala, quien disponía de poderes mágicos y peligrosos. Podía transformarse en un gran camello feroz, y usaba hacerlo, y vagaba por los bosques y los llanos como camello. Si encontraba a un hombre solo, el hombre estaba perdido. El camello lo devoraba y el animal feroz no necesitaba más de unos pocos momentos para hacerlo. Esto les sucedía a los sirvientes del gran cazador también. Siempre que uno de ellos salía del pueblo, ya no volvía. De esa manera, el gran cazador ya había perdido a unos tres sirvientes. Los sucesos le entristecían, y se preocupaba de ellos. No podía explicar esas disapareciones misteriosas de sus sirvientes, porque no sabía nada de la mala bruja ni del camello. Por eso decidió un día iniciar una investigación. Mandó por uno de sus sirvientes y le ordenó dirigir su caballo a la fuente fuera del pueblo para beber agua de la fuente. El sirviente montó al caballo y se fue, pero el gran cazador lo seguía a escondidas. Llegado fuera del pueblo, vio que el sirviente dirigió el caballo a la fuente, se desmontó, y hizo al caballo beber. Pero mientras bebía el caballo y lo vigilaba el sirviente, de súbito acudió un gran camello que se abalanzó sobre el hombre desprevenido con su caballo que estaba bebiendo. Los desgarró y devoró tan rápidamente que no habría podido intervenir el gran cazador, aunque lo quisiera, para salvar al pobre sirviente y su caballo. Sin embargo, no pudo suprimir un grito de susto y espanto, y este grito le causó grandes problemas, porque el camello, que hubo oído el sonido, alzó la vista y miró alrededor para ver quién hubo pegado el grito.
"Si me descuido, estoy perdido, como mi pobre sirviente", pensó el gran cazador. Se levantó de un salto, y comenzó a correr. Corría hacia el pueblo con todas sus fuerzas. Sin embargo, lo vio el camello, y empezó la persecución. El cazador sentía que lo perseguía el camello y que su vida estaba en juego, y por eso no cedía. Era ágil y rápido, se enforzaba por mantener la delantera, y la mantenía de verdad, llegó al pueblo antes de que lo alcanzó el camello. Fue a la plaza ensombrecida, donde normalmente por la tarde unos jovenes estaban sentados juntos en un banco de piedra. Al llegar a la plaza, los vio y ya no corría, iba despacio porque se sabía seguro. Se dirigió a los jovenes que le hicieron sitio con respeto, porque habían entendido de su fama. Se sentó entre ellos en el banco. Se callaba, porque todavía estaba asustado por la desgracia de su sirviente y la pérdida de su caballo.
Mientras tanto, el camello había llegado al pueblo también, pero ahora la bruja se quitó la figura de camello. Allí estaba en pie una mujer joven en vestido largo y blanco, con cabello ondulado y ojos claros como el cielo azúl. Era bueno mirar su faz hermosa y dulce. Nadie podía ver que podría hacer tantas crueldades si usara sus poderes mágicos. Los jovenes en el banco de repente la vieron acudiendo. Estuvieron sorprendidos porque ya no habían visto a una mujer tan hermosa nunca. Sin embargo, se asustó el gran cazador, porque en seguida comprendió que estaban relacionados el camello que le había perseguido y la mujer hermosa. Pensaba que esta mujer joven debía de ser de las hadas malas y encantadoras de las que a menudo había entendido, quienes disponían de toda clase de poderes mágicos. Por eso decidió estar alerta.
Porque fue claro que la muchacha quería sentarse en el banco, los jovenes le ofrecieron sitio, pero eligió un sitio entre el gran cazador y uno de los jovenes. Los hombres se sentían angustiados por la hermosura insólita de la figura y cara de la muchacha, y se callaban confundidos. Sin embargo, la muchacha les sonrió y dijo:
"He venido de muy lejos, y no me conocen ustedes, pero estoy en este pueblo para elegir pareja. Ya he visitado unos pueblos, pero aún no he encontrado al hombre ideal que merezca ser mi novio y casarse conmigo. Porque solamente quiero casarme con un hombre más fuerte que yo. Con el que quiera luchar contra mí y me eche en el suelo, quiero casarme, pero no tienen ocasión los hombres a los que yo eche en el suelo. ¿Ustedes se atreven a hacer un intento?"
Mientras que el gran cazador se callaba, los otros hombres se levantaron de un salto. Creyeron que les hubo caído una breva, porque podían obtener a una novia tan hermosa y cariñosa y no podían encontrar una novia igual en la aldea. Cada uno de ellos creía que sería un priviligio si pudiera casarse con ella.
"¡Sí! ¡Sí!", gritaron todos. "¡Queremos luchar contra tí!"
Creyeron que debía de ser fácil luchar contra ella y echarla en el suelo. Pelearon por ser el primer luchador, pero ella misma se dirigió a uno de los jovenes, lo cogió, lucharon, y antes de que lo supo el joven, estuvo echado en el suelo.
"No me engaño", pensó el gran cazador. "¡Es una bruja!"
Pero no se atrevió advertir a los hombres. Ni habría sido muy útil, porque todos tenían mucho interés en luchar contra ella y tentar su suerte. Ya le tocaba al segundo, pero no tuvo más suerte. Después de una lucha de breve duración fue echado en el suelo por una fuerza con la que no podía competir. Y lo mismo le pasaba al tercero y al cuarto, la muchacha vencía a todos. No comprendían los hombres lo que les pasaba, se sentían miserables y sentían vergüenza. Sin embargo, no valía de nada, la muchacha era más fuerte, nadie de ellos podía hacerse su novio. Al fin, el gran cazador estaba sentado en el banco solo. Ya no había luchado contra la muchacha, ni pretendía hacerlo. Ella se dirigió a él y le dijo:
"¿No quieres luchar contra mí? Eres el único que aún no ha tentado su suerte, mientras que contra tí más me gustaría luchar."
El gran cazador no tenía muchas ganas. Sin embargo, no podía evadirse del reto. Si siguiera rehusar la lucha, debería tener vergüenza ante los otros hombres. Por eso se levantó y cogió a la muchacha. Sin embargo, apenas la tocó, ella cayó en el suelo, al gran asombro de él mismo y todos los otros.
"¡Tú me has vencido!", gritó.
Lo gritó en tono triunfante, y con razón, porque el hecho de que el gran cazador la había echado en el suelo implicaba que ella lo había vencido. Lo sabía muy bien el gran cazador, no estaba orgulloso ni alegre, por mucho que le envidiaran los demás.
Dijo la muchacha:
"Entre todos los que han luchado contra mí, eres el único que me ha vencido. Por eso voy a hacerme tu esposa."
Ahora se fue junto con él, y le dio la espalda a los otros hombres. El gran cazador sentía que estaba a la merced de la bruja, y que toda resistencia sería fatal. Ella veía que la temía el cazador, y comprendía por qué. Por eso dijo, para quietarlo:
"No temas. No usaré mis poderes mágicos contra tí nunca, ni contra tus familiares."
La promesa le quietó al cazador en lo que se refería a sus hermanos, pero todavía se preocupaba por su hijo, al quien no querría hacerlo el hijastro de esta mujer nunca. Por eso decidió ponerlos a salvos al niño y a su madre adoptiva ante todo.
"De acuerdo", dijo. "Me casaré contigo. Pero déjame volver a casa primero para preparar nuestras bodas y encargarles a los sirvientes de la bienvenida de su nueva maestra."
Dijo la muchacha:
"No sé si esto tal vez sea una astucia para escapar de mí. En este caso no va a servir de nada. Ya no puedes ecapar de mí, porque te cogería por mis poderes mágicos."
El cazador respondió que no le había ocurrido la idea de escapar, y le aseguró solemnemente que iba a volver y venir por ella. La llevó a la casa en la que había vivido mientras estaba en el pueblo, se despidió de la bruja, y regresó a su propia región con los sirvientes que le sobraban.
Llegado a su finca rústica, convocó a sus parientes y sirvientes, y les contó que iba a casarse de nuevo. Iba a entrar en la casa una nueva maestra a la que no podían decir nada sobre su primera esposa y su hijito. Mandó preparar todo para la venida de la muchacha, pero a los sirvientes más dignos de confianza los llevó afuera del pueblo, y allí comenzó a cavar una grande caverna subterránea. Al fin era una caverna enorme, con distintas estancias y grandes cuartos de provisiones, en las que apilaban cereales y otras víveres, alimentos, bebidas y todo lo que se necesita para preparar las comidas. Cubrían las paredes de piedras, ponían puntales al techo, amueblaban todo tan confortablemente como posible. Terminadas las obras, el gran cazador les dijo a la hermana de su esposa muerta y a las sirvientes quién era la mujer con la que iba a casarse porque estaba a la merced de ella. También les mandó quedarse largo tiempo en la caverna subterránea para que el niño estuviera a salvo de la bruja. Las mujeres lamentaban y gemían, pero no valía de nada, aunque las consolaba el gran cazador cuanto estaba en su poder. Les pidió con énfasis que hicieran este sacrificio para salvar al niño, y querían hacerlo, pero le suplicaban que hiciera todo lo que podía para liberarlas de la caverna subterránea pronto. Después los llevó a la caverna: entraron la hermana de su esposa fallecida, las dos sirvientes más dedicadas y el niño recien nacido. Seguidamente cerró la caverna herméticamente, así que nadie podía entrar ni salir y nadie podía ver que había aquí una estancia subterránea.
Ahora todo estaba listo, la bruja podía venir. El gran cazador recogió a la muchacha, quien se alegraba de que su novio hubiera cumplido lo prometido. El cazador la llevó a la finca rústica, se casaron, las bodas duraban por tres días, participaba todo el pueblo. Pero el novio seguía siendo triste, y los tambores de la música nupcial le sonaban como si fueran tristes también, porque pensaba en quién era su novia y pensaba en la mala suerte de su niño y las mujeres en la estancia subterránea.
Después de las bodas, la muchacha cumplía lo prometido. No usaba sus poderes mágicos contra su esposo ni contra los parientes, y no molestaba a los sirvientes tampoco. El gan cazador salía de caza, a menudo tenía que irse muy lejos para cazar la caza mayor. Tardaba mucho, pero, al volver, sus hombres traían muchas piezas de caza, y la gente del pueblo le iba al encuentro. Los sirvientes cultivaban el suelo, cosechaban los frutos, algunas veces los inspeccionaba. Era un maestro severo y justo, por eso le iban bien las cosas. A veces se paseaba en la finca la nueva maestra, quien era hermosa y amable. Todos la respetaban, y no daņaba a nadie. La gente se asombraba de que el gran cazador no fuera más alegre, porque tenía una esposa tan bella, pero lo explicaba con que era tan severo que no podía mostrar su alegría ni su dicha. Sin embargo, el gran cazador no era feliz. Temía que le escapara una palabra imprudente, y que su nueva esposa descubriera su hijo al que pudiera hacer víctima de sus poderes mágicos. Pero na pasaba nada.
Bajo el suelo estaban las mujeres en su oscura caverna, afligiendose por carecer de la luz del día. Sin embargo, cuidaban con esmero al niño y lo educaban mientras se criaba. Muchas veces sentían miedo a la mala bruja porque estaba a su merced el gran cazador, pero más se calmaban conforme no pasaba nada. Se lamentaban por la miseria de su estancia, pero las consolaba el niño que no sabía nada del mundo exterior, y crecía sin problemas, gracias al cuidado continuo y cariñoso que le daban su madre adoptiva y sus sirvientes. Vino el día en que podía estar en pie, y después el día en que podía ir a pie. Se volvía más rápido y más fuerte cada día. Pero aquí no había día, sino solamente noche, la noche interminable de oscuridad con la luz escasa de las lámparas. Porque duraba mucho, se les acababa la paciencia, flaqueaba la esperanza de ser liberadas. Se aseguraban que iban a ser liberadas un día, pero la duda en el corazón prueba la confianza. Siempre estaba entre ellas la terrible amenaza de que un día ya no hubiera víveres antes de que fueran liberadas. No obstante, al niño le daban todo lo que necesitaba. Las tres se deleitaban en ver lo fuerte y valiente que era para su edad, y esperaban que un día fuese a liberarlas de su triste estancia. Sí, el niño se volvía más rápido y más ágil, andaba y venía a cuatro pies, trepaba a gatas, una vez subió a un puntal para llegar al techo, y se rió de su madre adoptiva que quiso prohibirselo porque tuvo miedo de que cayera su chiquito. Pero no cayó, estuvo bien sentado. Se hacía emprendedor, jugaba con palos y piedras, una vez hendió un palo con una piedra aguda, puso la piedra en el extremo hendido del palo, subió al puntal otra vez, y comenzó a penetrar el techo con la piedra. El techo era blando, cedió, el chico comenzó a hacer un agujero, así que cayó del techo la arena suelta. De nada valía que se lo prohibiera la madre adoptiva, hacía lo mismo los días siguientes. Hacía un agujero como un tubo profundo, una vez no paró antes de que atravesó el techo. Vio un agujerito del que descendió un rayo de luz. Quitó más arena, cayeron los pedazos, vio la luz del día, el aire fresco comenzó a entrar en la caverna. Las tres mujeres vinieron bajo el agujero, y dieron un grito de alegría al ver la luz del día y sentir el corriente de aire fresco. El chico se deslizó hacia abajo, le miró a su madre adoptiva asombrado, y preguntó:
"Tía, dímelo, ¿qué es eso?"
Llorando por agradecimiento, la tía lo cogió en brazos, y dijo:
"Chiquito, lo que ves es la luz del día. La gente normalmente no vive en el oscuro debajo del suelo, como nosotros, sino vive sobre la tierra bajo el cielo despejado."
"Pero, tía", preguntó el niño, "¿por qué estamos viviendo en la oscura caverna, mientras que los demás viven en la luz?"
Entonces le contó la madre adoptiva:
"Tu padre es un gran cazador. Por eso, después del fallecimiento de tu madre, una mala bruja lo forzó a casarse con ella. Para evitar que esta bruja dañara a tí y a nosotras, tu padre había construido esta estancia subterránea, y desde entonces vivimos en el oscuro. Es maravilloso que hayas hecho el agujero. Sin embargo, este agujero podrá revelar nuestra estancia. Si la esposa de tu padre descubrirá nuestra caverna, tal vez acabaremos muy mal."
"No hay miedo", dijo el niño.
Era fuerte y valiente, y no quería tener miedo. Hizo su plan enseguida. Todo el día estaba sentado bajo el agujero al lado de las mujeres, la luz entraba como si fuese lluvia, era maravilloso después de la oscuridad que había durado mucho. Pero las mujeres temían que fuese a ocurrir algo malo y que fuese a terminar mal.
Sin embargo, no ocurría nada. El chico vio el anochecer por la primera vez, y vio la luz de las estrellas. Su madre adoptiva tenía que contarle mucho sobre el mundo y sobre su padre, el gran cazador. Después, el niñ se durmió. La mañana siguiente, antes de que las mujeras estuvieran atentas a impedirlo, subió al puntal otra vez. Agrandó el agujero, trepó afuera, y allí se puso de pie en la tierra bajo el sol.
Sí, allí estaba en pie. Veía el sol, que estaba deslumbrador. Veía el cielo, azúl y hondo. No sabía por qué estuviera tan alegre su corazón. Veía las nubes, era tan maravilloso que las moviera el viento, veía los árboles y las lejanías, veía cómo el viento movía las briznas de la hierba fría y encantadora. Respiraba a pleno pulmón, y esto le sentaba bien. Entonces vio el pueblo de su padre, pero no sabía que era el pueblo de su padre. Sin embargo, fue al pueblo.
Delante de la entrada del pueblo estaba un hombre junto a un tenderete, hecho con dos caballetes y unas tablas, en las que estaban expuestos panes y pasteles que el hombre les vendía a los transeúntes que entraban en el pueblo o salían del pueblo. El chico se colocó al lado del hombre. Siempre que venía un comprador que pedía pan o pasteles, el chico le entregaba al panadero lo pedido. Siempre que caía algo del tenderete en el suelo, el chico lo recogía y lo ponía en su lugar.



Así ayudaba al panadero todo el día con todo tipo de servicios pequeños. Esto le gustaba al panadero. A la noche sobraba un solo pan. Antes de volver a casa, le dio al chico este pan, y dijo:
"Este te lo doy, porque me has ayudado todo el día."
"Gracias", dijo el chico.
Cogió el pan, se veía delicioso, pero le pidió al panadero un cuchillo para cortar una rebanada.
"Aquí tienes", dijo el panadero, y se lo dio.
El chico dividió el pan en cuatro cortadas, le devolvió al panadero su cuchillo, y se fue, mientras comía una de las cuatro cortadas, porque le había entrado mucho hambre.
Volvió al agujero sobre la caverna, entró a gatas, y se deslizó hacia abajo. Su madre adoptiva y las dos sirvientes se alegraron de verlo otra vez, porque habían estado intranquilas todo el día. También le pidieron tapar el agujero, porque temían que alguién fuese a descubrirlo. Pero el chico las calmó, les contó lo que había pasado, y les dio las tres cortadas de pan que había traído. Las mujeres estuvieron muy contentos con el pan, era fresco y olía bien, no habían comido tan rico pan desde largo tiempo. Comieron con mucho gusto, y la madre adoptiva dijo:
"Hemos sufrido mucho por el niño, pero nos da mucha alegría en cambio."
Le pidieron al chico que contara todo lo que había visto. Todo les parecía maravilloso a las mujeres que habían estado el el oscuro por tanto tiempo. Insistían que tapara el agujero, pero solamente para manifestar su propio temor. No se lo gustaría si el chico lo tapara de verdad, porque la caverna estaba mucho más soportable con el agujero.
La mañana siguiente, el niño salió del agujero a gatas otra vez. De nuevo fue al panadero y le ayudaba por todo el día con todo tipo de servicios pequeños. A la noche recibió otra vez su pan que dividió en cuatro cortadas. El chico se fue y el panadero le siguió con la mirada. Creyó que el chico desapareció bajo el suelo a lo lejos. La mañana siguiente, el panadero ya estuvo de mira y vio que el chico surgió del suelo. El panadero creyó que el niño dormía en una caverna, y se preguntó cuál tipo de mozo era. Pero no seguía preguntarselo largo tiempo. Le gustaba el mozo, porque era un compañero amable y servicial todo el día, y no era exigente, porque estaba contento si podía irse con su pan todas las noches.
Así venía el chico todos los días para ayudar al panadero, y les traía a la madre adoptiva y las dos sirvientes un pedazo de pan fresco cada noche. Las mujeres ya no tenían tanto miedo, no pasaba nada, confiaban en el chico valiente.
Sin embargo, cierto día, mientras el mozo estaba al lado del panadero para ayudarle, pasó el gran cazador. El gran cazador vio al mozo y le dijo al panadero:
"¿Qué tipo de criadito has comprado?"
"Parece que este niño tiene su dormitorio en una caverna cerca de aquí", dijo el panadero. "Viene todas las mañanas, me ayuda un poco por el día, le doy un pan cada noche. Lo divide en cuatro cortadas, come una cortada, lleva las otras cortadas, y desaparece allí por un agujero en el suelo."
El gran cazador le miró al niño con atención.
"Debe de ser mi hijo", pensó, "al que puse a salvo bajo el suelo junto con la hermana de mi primera esposa. De cualquier manera se ha ido acá."
Le conmovía ver a su hijo tan grande y valiente, pero no mostraba lo que sentía, y le preguntó al chico:
"¿Para quienes son las tres cortadas que llevas cada noche?"
"Son para mi tía y las dos mujeres que están con ella en nuestra caverna bajo el suelo", dijo el chico.
Ya no dudaba el cazador. Este niño era su hijo. Le miraba largo tiempo, veía su cara y su figura, le gustaba mucho que su hijo hubiera sido salvado y que se hubiera hecho un mozo valiente y capaz, pero contenía su emoción y no le decía nada al chico. Sin embargo, se dirigió al panadero y le dijo:
"Dale a este mozo cuatro panes en vez de uno, cada noche. Yo pagaré la cuenta."
Entonces se fue, pero a menudo volvía la vista.
Desde entonces, el chico les traía tres panes a las mujeres en la caverna cada noche. Había mucha alegría en la caverna, ahora había provisión en abundancia y ya no sentían miedo de que tuvieran hambre. Lo que sobraba lo conservaban. El chico le ayudaba al panadero cada día. El gran cazador volvía muchas veces para mirarlo, compraba para el mozo vestidos y todo lo que necesitaba. También traía fruta deliciosa, todas las noches el niño volvía a la caverna con los brazos llenos de fruta. Las mujeres recibían todo lo que deseaban, no les faltaba nada. Alababan y bendecían al chico, y la madre adoptiva dijo:
"Sufríamos dolor y falta por su bien, pero miren cómo nos recompensa y cómo palia nuestra suerte. Un día irá a librarnos de esta triste estancia."
Lo esperaban las mujeres y lo esperaba el chico. También lo esperaba el gran cazador, pero no se atrevía a decirselo al chico, porque temía que su nueva esposa descubriera el secreto. Al llegar el otoño y madurar los higos en la higuera, el gran cazador otra vez fue a ver al mozo al lado del panadero, y le dijo:
"Ven conmigo."
Llevó al mozo a su huerta, y dijo:
"Mira, todas esas higueras son mías. Puedes venir acá todas las noches y recoger tantos higos como quieras. Los coma con gusto, y los que ya no puedas comer, llevaselos a tu tía y sus sirvientes. Pero ahora tienes que prestar atención. Puede ocurrir que entre en la huerta mi esposa. Se ve cariñosa y bella, pero es una bruja, por eso tienes que cuidarse de ella. Si te ve y te pregunta quienes son tu padre y tu madre, no puedes hablar de tu tía y las mujeres en la caverna, porque saldríais con mala suerte tanto tú mismo como ellas. Si mi esposa te pregunta por tus padres, puedes decir: 'tengo una madre, y es la higuera'. Ni puedes hablar de mi esposa con tu tía nunca. No lo olvides."
El mozo le prometió al hombre hacer exactamente todo lo que este le había dicho. Por su parte, el gran cazador veía que podía contar con el chico. Le acarició el cabello, y le dijo que se fuese.
Desde entonces, el chico salía a gatas de la caverna todas las noches. Le quietaba a su madre adoptiva, iba a la huerta, recogía los higos, y los traía a la caverna. Eran higos deliciosos, las mujeres los comían, y los que ya no podían comer los guardaban para secarlos. Otra vez se consideraban felices porque tenían al mozo que cuidaba de todo. Ahora recibían en la caverna nuevas existencias, pero decidieron ahorrarlas para que no les faltara nada si algo pasara y el niño ya no pudiera salir para trabajar.
Sin embargo, cierta noche en que había luna y el chico estaba en la huerta, recogiendo higos en la higuera, llegó la mala esposa del gran cazador. Hubo visto al niño, se le acercó de puntillas, y de pronto le cogió los pies. Se asustó el chico, pero se mantuvo silencioso. Miró a la mujer, quien era grande y esbelta y se veía cariñosa y bella, pero comprendió en seguida que esta debía de ser la mala bruja de la que le había hablado el hombre que siempre le había beneficiado. La mujer seguía tenerlo cogido, y le preguntó:
"Díme, muchacho, ¿quién es tu padre?"
El muchacho se acordó el aviso que había recibido, y dijo:
"Tengo un padre, es la higuera."
"Y ¿quién es tu madre?"
"Tengo una madre", dijo el chico, "y es la higuera."
"Si es verdad", dijo la mujer, "descenda despreocupado, porque no voy a hacerte daño."
El niño bajó a gatas de la higuera, y saltó al suelo delante de la mujer. Ella le miró sonriendo y vio lo magnífico y fuerte que era. Pero antes de que se lo percatara, se hubo largado el chaval.
Sin embargo, la noche siguiente, la bruja otra vez fue de puntillas a la huerta, y vio bajo la luz de la luna la oscura figura del niño, sentado en la higuera. Se le acercó con cuidado, de pronto le cogió los pies, y le preguntó:
"Díme, muchacho, ¿quién es tu padre?"
El chico hubo reconocido las manos que lo tenían cogido, reconoció la voz, y contestó:
"Tengo un padre, y es la higuera."
"Y ¿quién es tu madre?"
"Tengo una madre y es la higuera", contestó el chico.
"Si es verdad", dijo la mujer, "escucha. Yo soy una mujer casada y no tengo hijos. Quiero adoptar a tí, y ser como una madre para tí. Mi esposo es un gran cazador, y será tu padre. Vas a prosperar con nosotros."
"No", dijo el muchacho. "Temo que vayas a hacerme daño, porque no tengo padres aparte de la higuera que no me puede proteger."
Pero la mujer rió y dijo:
"No, niño, juro que no te haré daño, voy a tratar a tí como si fueras mi propio hijo."
Porque la mujer hubo jurado que no iba a hacerle daño, el chico bajó de la higuera. La mujer le cogió la mano, y pasearon a casa juntos. Allí despertó al gran cazador para que viera al chico, y dijo:
"Este muchacho lo he encontrado en la huerta, sentado en una higuera. Me contó que la higuera es su padre y su madre. Ya que no tenemos hijos, he decidido adoptarlo. Vamos a ser sus padres. He jurado que no le haré daño nunca."
El gran cazador estaba muy alegre, porque vio que era su propio hijo el chico al que su esposa quería adoptar. Sin embargo, reprimía su alegría para que no suscitara recelos, pero alabó con calma la decisión de su esposa. Le dijo que era bueno el plan de adoptar al muchacho y prometió que iba a ser un buen padre.
Ahora el muchacho estaba en la casa del gran cazador. Sin embargo, el cazador sequía callar que era su padre natural. Aguardaba con calma si el muchacho iba a presumirlo o no. El chico prosperaba, porque la esposa del gran cazador cuidaba de él muy bien y cumplía lo prometido. El chico recibía alimento excelente en abundancia, y le crecían la salud y la fuerza cada día.

Sin embargo, en la caverna subterránea había inquietud y tristeza.
El chico había salida en la noche, y por la mañana las mujeres en vano esperaban su vuelta. No volvía de día ni de noche ni el día siguiente. La madre adoptiva y las dos sirvientes temían que algo le pasara al chico. Porque se quedaba fuera, existía el peligro de que fuese revelado su escondite y las descubriera la mala bruja de la que se escondían. Por miedo y tristeza lamentaban las dos sirvientes:
"Esto siempre ocurre cuandoquiera alguién eduque a un niño: tan pronto como el niño llega a la madurez, lo pierde el educador y la alegría se vuelve dolor."
Pero la madre adoptiva lloraba y pensaba:
"Sin duda ha devorado al muchacho la mala bruja que domina al esposo anterior de mi hermana muerta."
No volvía a la caverna el muchacho, pero no estaba devorado tampoco. Al contrario, la nueva esposa del gran cazador lo cuidaba muy bien. El muchacho se volvía siempre más fuerte y vigoroso, daba gloria verlo. Pero lo que le gustaba al gran cazador, atormentaba a su mala esposa. Porque veía que el muchacho era fuerte y vigoroso, gradualmente más deploraba su juramento de que no iba a hacerle daño nunca. Más le gustaría transformarse en un camello y divorar al muchacho, pero no lo podía porque había prestado juramento. Sin embargo, furtivamente pensaba:
"Aunque no puedo devorarlo sin faltar a mi palabra, lo puedo mandar a mi hermana. Ella sabrá qué hacer, ya que no la obliga ninguna promesa."
Sí, la mala mujer tenía hermanas, quienes todas eran brujas también. Una de las hermanas poseía a un camello que le hacía todas las tareas. La esposa del gran cazador le dijo al muchacho que fuese a esta hermana para traerle un mensaje.
"Oye", dijo, "desde hace tiempo no estoy bien de salud, y necesito un medicamento potente. Por eso, ve a mi hermana y le pide el hígado del camello que le hace las tareas todos los días. Procura traerme el hígado, porque si no lo hicieras me consideraría libre de la promesa de no hacerte daño y te devoraría. Bueno, ahora sabes a qué atenerte."
Se asustó el muchacho.
"Sí", pensó, "ya sé a qué atenerme. Si le pido a la hermana el hígado, me divora la hermana, si no, me divora la mandante."
Decidió dirigirse a un viejo en el pueblo, quien era asesor de asuntos difíciles. Le contó todo, y el viejo dijo:
"Sí, son brujas la mujer que te envia y la mujer a la que eres enviado. Pero no corres peligro si entras de día y te escondes en su casa. La bruja llega a casa de noche y va a sentarse al lado de la piedra de molino para moler harina. Entonces, te le acerca sigilosamente por atrás, la abraza y la besa. Tan pronto como la hayas besado, se mostrará amable contigo como si fueras su propio hijo. Pero no te le acerques por delante, porque desviaría el beso, y lo peor te esperaría. No puedo decir más. Lleva un cuchillo. Procura coger el hígado del camello y huir con astucia."
El muchacho le dijo gracias al viejo. Cogió un cuchillo, le preguntó a la esposa del gran cazador por el camino, y salió. Era muy lejos, el segundo día llegó a la casa de la bruja. Entró, el primer cuarto era grande y vacío, todos los cuartos eran grandes también. Se escondió en el primer cuarto, donde estaba incluso la piedra de molino, y esperaba.
La bruja llegó a casa a la noche. Era esbelta y grande, se parecía a su hermana, pero era menos bella. Se quitó el abrigo, metió trigo en el embudo del molino, y comenzó a moler. El muchacho apareció de su escondite con cuidado. Sabía que sería perdido si la bruja mirara atrás y evitara el beso. Se le acercó de puntillas sin hacer ruido, saltó, la abrazó por la espalda, y le dio un beso. Al mismo momento la mujer volvió la vista, y preguntó:
"¿Quién eres, muchacho?"
"Yo soy el hijo de tu hermana quien está casada con el gran cazador, y tú eres mi tía", dijo el muchacho. "Tu hermana me envió a tí, porque desea verte otra vez."
La bruja rió por alegría.
"¡Ah!", dijo. "Qué sorpresa tan agradable. ¿Mi hermana tiene un hijo tan grande y fuerte? ¿Y cómo está ella?"
"Mi madre está muy bien", dijo el muchacho. "Me pidió decirtelo y saludarte cordialmente."
"¡Qué bien! ¡Qué bien!", dijo la bruja. "Espera, querido primito, ahora te voy a preparar algo rico para comer. Ven conmigo."
Lo llevó a un otro cuarto, tan grande y amplio como el primero. Al mismo momento entró por una otra puerta el camello. El animal fue a un rincón, dobló las patas traseras y delanteras bajo sí, y se tendió para dormirse. El chico miró al camello, asombrado, y preguntó:
"¿Este es el camello que te hace las tareas, como me contó mi madre?"
"Sí", dijo la bruja. "Es mi camello. Ahora quedate aquí y espera, mientras yo sigo moliendo la harina y preparando la comida. Vas a comer algo muy rico y estar contento."
Salió del cuarto y cerró la puerta. Estaba solo el muchacho. Esperaba por un rato, ahora tenía la oportunidad. Sentía su corazón palpitando con fuerza, pero pensaba: ahora o nunca, si no lo hago ahora, tal vez no tenga la oportunidad nunca más. Se acercó al camello con cuidado, se aseguró de que estaba durmiendo, sacó el cuchillo a toda mecha. Le cortó al camello el cuello, poniendo el mayor esfuerzo antes de que el animal pudiera hacer ruido. Se echó al vientre del camello, abrió el vientre con el cuchillo, soltó el hígado y lo sacó del cuerpo abierto. Corrió a la ventana llevando el hígado, abrió la ventana, saltó afuera, y se largó.
La bruja no había notado nada. Molía la harina. Preparaba la comida. Freía crepes. Terminado todo, entró en el cuarto en que había dejado al muchacho. No lo vio, lo llamó unas veces, pero nadie respondió. Mientras buscaba en todas partes, le saltó a la vista la postura peculiar del camello tendido en el suelo. Llegó al animal y vio que le estaba cortado el cuello y abierto el cuerpo. Comprendió que el autor del crimen debía de ser el muchacho que había entrado como primo. Corrió afuera, furiosa, para perseguir al muchacho y hacer que pagara caro por el crimen. Seguía corriendo, pero no veía al muchacho, cuya ventaja estaba demasiado grande. Ni sabía la dirección en que había desaparecido. Buscaba en vano por un rato. Al fin cedió, siempre furiosa, y volvió a casa.
Mientras tanto, el muchacho había llegado al camino hacia la casa del gran cazador. Después de largo tiempo entró en el cuarto de la esposa del cazador. La mujer estuvo sorprendida de que el muchacho volviera sano y salvo, y dijo:
"¿Qué? ¿Estás de vuelta? ¿No has visitado a mi hermana?"
"Sí", dijo el chico. "La he visitado. Está bien, y manda saludarte."
"Pero, ¿por qué no has traído el negro hígado del camello de mi hermana?"
"Lo he traído", dijo el muchacho. "¡Mira!"
Y depuso el hígado ante la mujer asombrada, quien vio que era de verdad el negro hígado del camello de su hermana, y pensó en silencio:
"No es posible que mi hermana haya matado al camello que le hacía todas las tareas. El autor del crimen debe de ser el muchacho, quien lo hizo solo y a escondidas."
Le preguntó al muchacho:
"Pero, ¿cómo tuviste la osadía de matar al camello que hace las tareas de mi hermana?"
"Tú misma me lo dijiste", dijo el muchacho, "que me devorarías si no te trajera el hígado del camello. Si se lo hubiera pedido a tu hermana, se habría vuelto furioso y me habría devorado. Para salvar mi vida, no podía actuar de otra manera. Por eso he cogido el hígado sin pedirlo. Aquí tienes el hígado, he hecho lo que me has ordenado. Espero que la medicina pronto te devolverá la salud."
"De acuerdo", dijo la mujer.
Pero pensó en secreto: "No estoy de acuerdo."
De hoy en adelante la atormentaba el temor, y su inquietud aumentaba cada día. Lo veía el gran cazador, quien le preguntó:
"¿Qué te pasa?"
"A mí me pasa nada", contestó.
Sin embargo, era manifiesto que evadía preguntas más detenidas. Su inquietud seguía aumentando. Pensaba en secreto que las ponía en peligro a ella y sus hermanas el chico al que había adoptado. Tenían que deshacerse del muchacho. Deploraba su estupidez de jurar que no lo fuera a devorar. Si no hubiera jurado, se habrían deshecho de él bastante pronto. ¿Qué podía hacer para liberarlas de él?
Pensaba largo tiempo. Porque era mala y astuta, al fin inventó un estratagema. Cierto día llamó al muchacho, y le dijo:
"Ahora has conocido a mi hermana que tenía empleado al camello. Sin embargo, tengo otras ocho hermanas, y deseo que las conozcas. Todas son mucho mayores que yo, son bondadosas, y todas están hilando cada día en la casa paterna en que yo pasaba mi infancia. Allí están guardando los tesoros de la familia. Te mando ir a ellas. Van a darte la bienvenida. Te mando saludarlas y preguntar si saben cómo estoy y decir que pueden comprender cuál servicio de amigo tienen que prestar."
El muchacho fingió obedecer y salió de la casa. Pero pensaba:
"La hermana del camello era bastante peligrosa, por eso las ocho juntas deben de ser mucho más peligrosas."
Otra vez se dirigió al consejero sabio y viejo en el pueblo, le contó todo, y le preguntó qué hacer.
El viejo dijo:
"Amigo, ahora la bruja te dio una tarea tan dificil y peligrosa que al menor descuido no vas a salir con vida. Las ocho hermanas a las que te manda la esposa del gran cazador, son brujas muy pérfidas y maliciosas. Devoran a cada ser humano que tenga la osadía de venir cerca de ellas. Su hermana te manda preguntarles si saben cómo está e incluso decirles que pueden comprender cuál servicio de amigo tienen que prestar. En tal caso las ocho brujas, quienes siempre están hilando y guardando a las diez hermanas, saben que la hermana que te manda te considera como un gran peligro y espera que le presten el servicio de comerte. Ten cuidado y no hagas lo que te pidió la esposa del gran cazador. Puedes ir a las ocho hermanas, pero haz exactamente lo que te voy a decir. Las ocho hermanas normalmente están sentadas en un banco de piedra, hilando lana. Sin embargo, no tienen tornos ordinarios, sino usan huesos de burros. De tal manera es muy cansado su trabajo. Por eso tienes que traerles ocho tornos de madera, tales como usan las mujeres de aquí. Cuando las brujas están cansadas y se han levantado y se han ido, tienes que poner en el banco de piedra los ocho tornos de madera. Entonces al volverse estarán alegres, y por eso no van a hacer daño al que les ha traído el regalo, sino lo van a recibir con bondad. Después tienes que hacer que te muestren sus tesoros. Pero lo demás es tan dificil que no puedo darte consejo. Tengo que dejarlo de tu cuenta, aunque no sé si vas a tener éxito o no."
El muchacho le dio gracias al consejero viejo y sabio. Coleccionó ocho tornitos de madera de los que usaban las mujeres en este país para hilar lana. Echó a andar, cargado de los tornitos. Después de un viaje largo llegó a la gran casa de las ocho brujas, quienes estaban hilando en el jardín. Florecían los campos muchas leguas a la redonda.
El chico se subió a una piedra alta y miró alrededor. Vio en el jardín el banco vacío de piedra y las ocho hermanas que estuvieron entrando en la casa. Pareció que estuvieron cansadas porque acabaron de hilar lana. El chico saltó de la piedra, entró en el jardín con cuidado, se deslizó al banco y puso en ocho sitios del banco los ocho tornitos de madera. Se escondió bajo el banco y aguardaba la marcha de los sucesos.
Tras un rato volvieron las brujas. Eran grandes, no eran cariñosas como la esposa del gran cazador, quien era más joven que sus hermanas. Al ver a las brujas acercandose, el muchacho no pudo suprimir una sensación de angustia. Cada una traía el hueso del burro que le servía de torno de hilar. Todas estaban agobiadas del peso, porque volvían a hacer su trabajo ajetreado. Sin embargo, al llegar al banco, vieron los ocho tornitos bonitos de madera que habían sido depuestos para ellas. Pegaron gritos de alegría, echaron los huesos de burro, y cada una tomó su tornito, lo miró, lo tocó, lo trató. Ahora era fácil el trabajo que estaba ajetreado en el pasado. Las ocho brujas danzaron y rieron por alegría, y dijeron:
"Oh, ¡qué regalo tan bonito! Es extraordinario. Al que nos ha traído esto le prometemos nuestra amistad y protección. Juramos que la persona a la que debemos este regalo precioso, no encontrará ningún acto enemigo de nosotras."
Apenas oyó este juramento el muchacho, apareció desde su escondite bajo el banco de piedra, y dijo:
"Yo les he traído este regalo. Las saludo como sobrino, porque mi madre es su hermana, quien está casado con el gran cazador. Me pidió visitar a ustedes y me dijo que les trajese algo que les gustaría, porque ustedes siempre guardan su bienestar. Porque mi madre me había contado todo sobre sus tornos de huesos de burro, creía que lo mejor que podría hacer sería traerles estos tornitos de madera."
Las ocho brujas le hubieron mirado y escuchado al chico con mucha atención. Les gustaba el chico, estaban orgullosas porque su hermana tuviera un hijo tan valiente. Lo que el muchacho les hubo dicho les parecía muy halagüeño y amable. Por eso le sonrieron, dijeron que había acertado en la elección del regalo, y le invitaron estar con ellas como huésped.
Lo introdujeron en su casa, le mostraron un gran cuarto en que estaba una cama maravillosa con almohadas y mantas de seda.
"Por supuesto vas a pasar la noche aquí con nosotras", dijeron. "Esta noche tienes que contarnos todo sobre nuestra querida hermana, quien es tu madre. Al despertarte mañana por la mañana, siete de nosotras estarán fuera, trabajando en los campos, pero la más joven estará contigo para encargarse de tu desayuno, mostrarte toda la casa, procurarte una bolsa de comida, y enseñarte el camino seguro hacia la casa de tu madre. Y ahora vamos a encargarnos de tu cena."
Entraron en acción. Se encargaron de su cena, que fue muy rica. En la mesa pusieron platos deliciosos y bebidas selectas. A las brujas les gustaba que el muchacho comiera mucho, por suerte tenía hambre. Después de la comida, tuvo que contar mucho sobre su madre, quien estaba casada con el gran cazador. Incluso les contó sobre su visita a su tía que tenía empleado al camello. Sin embargo, claro que no contó nada sobre lo que había estado haciendo con el camello. A medianoche se tendió en su lecho. Porque lo había cansado el viaje, se durmió pronto.
La mañana siguiente, después de levantarse, vio que la más joven estaba en casa sola, porque las demás estaban trabajando en los campos. La más joven lo saludó amablemente. Ya había preparado el desayuno y aun la bolsa de comida para el viaje. El muchacho se sentó a la mesa, comió el pan delicioso con miel. Terminado el desayuno, la menor de las brujas le dijo:
"Ahora voy a mostrarte la casa, para que puedas contarle a tu madre cómo se ve la casa de su padre hoy."
Lo llevó afuera, le mostró los grandes establos llenos de ganado, los cobertizos llenos de existencias, y el jardín. Entraron en un edificio más pequeño, lleno de pilas de hilado de lana que las brujas habían hilado con sus huesos de burro. Visto todo afuera, la más joven de las ocho brujas lo llevó adentro y le mostró los siete cuartos de sus hermanas y su propio cuarto. El muchacho miraba todo con respeto. Al fin dijo:
"Querida tía, ahora muestrame los tesoros de la familia, de los que ustedes son las guardas. Mi madre me ha contado mucho de estos tesoros, por eso tengo curiosidad por verlos. Claro que mi madre va a preguntarme por sus condiciones actuales."
"Dudo si me esté permitido mostrarlos", dijo la menor de las brujas. "La verdadera guarda es nuestra hermana mayor, quien no quiere conceder el privilegio a sus hermanas. Además, entrar en la sala de los tesoros no está permitido a nadie excepto a nosotras."
"Tu hermana mayor está en el campo. Tendría esperar su vuelta para pedirselo, pero no vuelve hasta la tarde, mientras que yo tengo que irme esta mañana. He traído tornos de hilar para todas ustedes, no sólo para la mayor. Además, eres un pariente de mí tan cercana que mi tía mayor. Por eso puedes mostrarme los tesoros."
"Tienes razón", dijo la menor de las brujas. "Puedo mostrarte los tesoros de la familia por un momento antes de que sales. Ven conmigo."
Lo llevó a una grande escalera. La subieron juntos. Arriba, la tía abrió dos grandes puertas adosadas y hizo al muchacho entrar en una sala amplia y alta. Contra las paredes estaban pilas de cajas y sacos llenos de oro y plata y piedras preciosas que formaban una riqueza inmensa. Además había pilas de tejidos raros y telas preciosas. El muchacho se sentía oprimido por tanta riqueza. Sin embargo, de repente le saltaron a la vista unas lámparas peculiares a lo largo contra las paredes. Cinco lámparas estaban ardiendo contra la pared izquierda, y cinco contra la derecha. Habían sido cocidas de tierra arcillosa. Llevaban llamas de claridades distintas: una tenía una llama muy flaca, otra despedía luz de inusitado resplandor. Además, cerca de donde estaba el muchacho, colgaban de la pared dos grandes tambores antiguos. El muchacho estaba perplejo por todo lo que veía. Preguntó:
"Tía, ¿para qué sirven estos dos tambores peculiares?"
"Si tocas este tambor", dijo la bruja, indicando el tambor derecho, "toda la casa e incluso el solar van moviendo hacia dondequiera la mandes. Si seguidamente tocaras el otro tambor, se pararía la casa inmediatamente. Pero tienes demasiada curiosidad. No creo que me estuviera permitido contarlo."
"¿No me estás tan cerca como mi madre?", le preguntó el muchacho. "Mi madre estaría extrañada si yo no pudiera contarle todo"
"¡Vamos!", dijo la bruja. "Ya no da tiempo. Ya te has retrasado un poco."
Claro que se sentía incómoda. Pero el muchacho dijo:
"¡Tía, un momento por favor! Voy a andar más rápidamente y recuperar el tiempo perdido. Dime por qué están ardiendo estas diez lámparas en pleno día, mientras el sol da adentro por las ventanas?"


"Esas diez lámparas, mi muchacho", dijo la bruja, "son las diez almas de mí y mis nueve hermanas: de tu madre, de la hermana que emplea al camello, y de las ocho que viven en esta casa. Vamos. Basta lo que ya has visto."
"¡Tía, un momento por favor!", gritó el muchacho. "Te prometo que voy a correr rápidamente y recuperar el retraso. Dime por qué esta lámpara está ardiendo con tanto resplandor. ¿De quién es esta alma?"
"Chico", dijo la bruja, "esta lámpara es el alma de tu madre. Su luz es más clara y más resplandeciente que la luz de todas las otras lámparas, porque tu madre sobrevivirá a todas nosotras. Yo seré la primera en morir, mira, lo puedes ver en esta lámpara que es mi alma, porque su llama es un poco más flaca que las otras llamas. Aunque soy la menor de las ocho que viven en esta casa, seré la primera en morir. Vamos, ya te has retrasado mucho."
"¡Tía, un momento por favor!", dijo el muchacho. "En seguida voy a correr a casa. ¡Una sola pregunta! Dime qué pasaría si alguién apagara estas lámparas."
"En tal caso moriríamos inmediatamente", dijo la bruja, quien ya no tenía paciencia. "Vamos, chico curioso. Ahora has preguntado demasiado. Si preguntaras más te comería a pesar de los tornitos y nuestras promesas."
"Perdona, tía", dijo la muchacho. "Todo esto me impresiona mucho. No preguntaré nada más. Vamos, muestrame el camino a casa."
La bruja bajó las escaleras antes del muchacho. Sin embargo, apenas dio unos pasos, el muchacho corrió a la lámpara con la llama más flaca que era el alma de la bruja menor, y extinguió la llama. En seguida volvió a la escalera y miró abajo. La bruja estaba tendida al pie de la escalera, inmóvil. El muchacho se precipitó abajo, y examinó a la mujer. Estaba muerta.
"Ya no va a devorar ni dañar a nadie", dijo el muchacho. "Tenía razón, fue la primera en fallecer, aunque era la menor de las ocho que vivían en esta casa. Si el asunto es tan sencillo, puedo hacer aquí una gran liquidación de brujas."
La llevó afuera. Seguidamente entró en la casa otra vez y subió las escaleras. Apagó soplando de una en una ocho llamas, pero dejó ardiendo la llama clara y resplandeciente en la lámpara de vida de la esposa del gran cazador. En los campos en los que estaban trabajando cayeron muertas una tras una las siete brujas. También cayó sin vida en el suelo la bruja cuyo camello había sido matado por el muchacho. El hijo del gran cazador miró las lámparas apagadas, y dijo:
"La menor de estas ocho brujas tenía razón, iba a morir antes de las demás, pero las otras morieron después de ella al poco rato."
Entonces se apostó ante la lámpara cuya clara llama todavía estaba ardiendo, y dijo:
"En cuanto al hecho que mi presunta madre iba a sobrevivir a todas sus hermanas, también tenía razón la menor de estas ocho brujas. Sin embargo, ahora le toca a ella quien le forzó hacerse su esposo al gran cazador que debe de ser mi padre. Mi pobre madre adoptiva, sus sirvientes y yo teníamos que escondernos de ella en esa miserable estancia subterránea. No voy a extinguir su lámpara de vida inmediatamente, porque estaría muy alegre si la viera morir. Vamos, le he prometido a la menor de estas ocho brujas correr a casa tan rápido como el viento y recuperar el tiempo perdido.
Cogió el gran tambor antiguo y los palillos que colgaban de la pared derecha, los llevó a una de las ventanas, y comenzó a tocar el tambor suavemente. Sin embargo, al tocar el tímpano por la primera vez, se sacudió toda la casa y se puso en movimiento. El muchacho redoblaba más rápidamente, la casa se movía a gran velocidad, veía por la ventana que el jardín y los cobertizos y todo movían con igual velocidad en la misma dirección. Mientras redobabla a máxima rapidez, cantaba el muchacho:
"Mi casa, te mueve al pueblo de mi padre. Mi casa, te mueve al pueblo de mi padre. Mi casa, te mueve al pueblo de mi padre."
Tocaba el tambor con los palillos siempre más alto, y la casa volaba a toda máquina. Los palillos sonaban como una ametralladora, se levantó la casa, comenzó volando por el aire junto con el jardín y los cobertizos y todo. Entonces redobló el muchacho como un rayo, la casa se movió como un cohete, pero ahogaba todo la voz del muchacho:
"Mi casa, te mueve al pueblo de mi padre."
Mientras tanto, en la casa del gran cazador estaba sentada la bella esposa del gran cazador frente al esposo. Se levantó la cabeza, escuchó, y dijo:
"¡Oigo el tambor de mi casa natal!"
Se levantó de un salto. Salió de la casa, cruzó el solar, corrió a través del pueblo. Pero el gran cazador se puso de pie también y corrió detrás de su esposa. Cuando la mujer estuvo fuera del pueblo, vio venir la casa y el solar de su padre. Incluso vio por la ventana al muchacho tocando el tambor con todas sus fuerzas. La bruja palideció y comenzó gritando por miedo y furor.
Ya la hubo visto el muchacho, y vio a su padre detrás de ella. Ahora dejó de tocar el tambor, echó el tambor al suelo, cogió el otro tambor de la pared, lo tocó fuertemente, y gritó:
"¡Mi casa, te para!"
Al mismo momento se estableció la casa en el suelo, y allí estaba firme y inmóvil junto con el jardín y los cobertizos.
La esposa del gran cazador irrumpió en la casa y gritó:
"¡Ahora ya no te ayuda mi promesa! ¡Te voy a devorar!"
Pero el gran cazador hubo visto a su hijo sentado a la ventana también. Se realizó que el chico estaba en peligro porque lo amenazaba la mujer, y corrió detrás de ella.
La mujer fue volando al muchacho que estaba encima de las escaleras. Se asustó porque el muchacho tenía en las manos su lámpara de vida. Gritó, pero, antes de que llegara al escalón superior, el muchacho hizo mil pedazos de la lámpara, fuertemente pegandola contra la barandilla. La bruja se tambaleó por un momento, se cayó de espaldas, rodó por los escalones hacia abajo, y se cayó al suelo con un ruido sordo delante de los pies del gran cazador, quien estaba temblando porque no comprendió qué estuvo pasando.
Ahora el muchacho descendió las escaleras. Apenas llegó abajo, el gran cazador, pálido como la muerte, lo abrazó, y dijo:
"Tu eres mi hijo."
Dijo el chico: "Ya sabía que eres mi padre."
Se callaba mientras lo abrazaba su padre, pero al fin dijo:
"He matado a la mala bruja que te dominaba, e incluso a sus hermanas, por apagar a sus almas que estaban ardiendo en las lámparas de vida."
Sentado al lado de la mujer muerta, le contó a su padre todo lo que había pasado.
Lo escuchó el gran cazador, conmovido por todo lo que oyó, y orgulloso del valor y listeza de su hijo.
Ahora estaba liberado de la mujer peligrosa, y su hijo había vuelto salvo, y ya no les amenazaba ningún peligro. El gran cazador fue a la caverna subterránea junto con su hijo. Allí fueron liberadas de su triste estancia, con alegría inexpresable de su parte, la madre adoptiva y las dos sirvientes, quienes habían tenido tantos quebraderos de cabeza por la suerte del chico desde que no había vuelto. Por fin vieron el sol y la luz del día, los campos y los árboles, el pueblo y la casa de su maestro. El gran cazador no sólo estaba liberado de la bruja que lo había dominado, sino también adquirió toda la riqueza de las diez hermanas, todo su oro y plata, sus cosas preciosas y joyas, su ganado y las extensas existencias en sus cobertizos. No había ningún hombre tan adinerado como él en un amplio radio. Podía emplear a unos cientos de trabajadores, había mucha prosperidad en todo el pueblo. A la madre adoptiva del chico, el gran cazador la hacía compartir en su buena suerte, porque ella había sufrido tanto para salvar al chico. Se casaron, y ella era una madre muy dedicada. Ahora, después de tantos años malos, las dos sirvientes gozaban unos años buenos en que no les faltaba nada, y el gran cazador y su hijo las trataban con mucho respeto, como si fueran sus hermanas. Y la nueva esposa le dijo al gran cazador:
"Hemos sufrido mucha angustia y miseria por tu hijo, pero le debes tu salvación, y ha compensado nuestro temor por traernos mucha alegría."
Era verdad. El gran cazador estaba muy orgulloso de su hijo. Cuando el muchacho se había vuelto hombre, salía de caza junto con su padre. Acertaba siempre que tiraba, y era tan valioso como su padre. Al igual que a su padre, la gente lo llamaba el gran cazador.


(Gran Libro de Cuentos de Margriet: narrado de nuevo por Antoon Coolen, dibujos de Nans van Leeuwen, traducción por Hendrik Reuvers)

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