PEDRO PUDÍN DE PAN Y EL ARBOLITO VERDE

Cuando Pedro Pudín de Pan era un estudiante, vio a una muchacha muy guapa. No había visto a una pieza tan hermosa nunca antes. Fue a ella sin demora y se dieron cita para una conversación en el cuarto de ella. Pedro fue a la cita en bicicleta y llevó consigo un ramo de rosas rojas. Charlaron de los Beatles, del papa en Roma, de la vida de estudiante, y de muchos otros temas de conversación.
Tres semanas después, la muchacha le visitó a Pedro de pronto en traje de entrenamiento. Tuvo buena suerte de que Pedro estuviera a casa, porque hacía buen tiempo y era muy posible que estuviera afuera. Pedro acabó de poner un disco de Joan Baez cantando una canción siempre joven de la que decía la letra: "... Escuchen, todos hombres, mi advertencia: al arbolito verde hacer prudencia. Al ajarse las hojas, perecer la raíz, se marcha su belleza, te quedas infeliz, ¡ay! ¡ay! infeliz. ..."
Pedro le hizo entrar, pero tomó a pecho la advertencia en la canción. Le preparó a la visitante una taza de café soluble, y puso la televisión en seguida para que pudieran ver las telenoticias juntos. Al despedirla le dijo que no le interesaban mucho las luchas deportivas entre mujeres, porque las mujeres que más parecen a hombres llevan demasiado ventaja a las otras. Lo mismo era aplicable a las luchas deportivas entre atletas con discapacidades. Los que tienen menos discapacidades pueden ganar más facilmente. Mientras Pedro todavía exponía su punto de vista, la visitante ya salió de la puerta sin decir palabra y se marchó en su traje de entrenamiento sin volver la cabeza.

Pasaban los años. Pedro salía un hombre sabio, porque tomaba a pecho las locuciones sabias de su padre, como "Al hierro candente, batirlo de repente", "La prudencia es la madre de todas las virtudes", y, sobre todo, "La amabilidad no cuesta nada". Por eso le interesaban los relatos de todas las personas que le venían al encuentro y le pedían su atención.
Un día encontró a su amiga de antes cuando ella participaba en una marcha de amantes de la paz. El día había sido muy caluroso, así que en diferentes sitios los pajaritos se habían caído de los techos. Paseando al perrito en la sofocante noche, Pedro chocó contra la demonstración. En un momento dado vio a la amiga otra vez. La mujer estuvo temblando como una amapola, como si estuviera muy cerca la guerra.
Para animarla, Pedro se puso ante ella, y le guiñó un ojo al paso. Pero esto no cayó en gracia. Mientras Pedro se distanciaba después de la marcha, ella de repente lo siguió, y le dio con su bolsa un golpe tan duro que veía las estrellas en pleno día.