PEDRO PUDÍN DE PAN EN EL HOSPITAL


Una vez, Pedro Pudín de Pan leyó en el periódico un anuncio que le interesó mucho: buscaban personas que habían sufrido dolor de vientre por comer cerezas en algún día pasado. Los examinadores iban a interrogar a estas personas y darles un saquito de cerezas. De esta manera querían descubrir por qué a la gente a veces le duele el vientre después de comer cerezas.
Pedro todavía recordaba que de niño estuvo con su tío Harie en Gronsveld. Este tío Harie tenía un gran huerto de cerezos detrás de su vivienda campesina. Pedro pudo ayudar en coger cerezas, y recibió unas cerezas para comer inmediatamente. Entonces le dolía mucho el vientre toda la noche. Esto les pareció muy extraño a todos, porque no había comido más de diez cerezas. Ahora iba a descubrir por qué le había dolido el vientre.
Llamó al hospital en seguida y dijo que quería participar en esa investigación con las cerezas. La telefonista le dijo que viniera al hospital el día siguiente a las diez en la policlínica sección A7. No podía comer ni beber nada en la mañana.


Al llegar a la sección A7 la mañana siguiente, Pedro vio que la sala de espera estaba llena de esperadores. Había una señorita guapa de cerca dieciocho años de edad en pantalón vaquero, quien se veía angustiosa como si hubiera comido una porción de cerezas. Había un gran hombre gordo en traje gris, quien estaba esperando sus cerezas con los ojos cerrados y la boca semiabierta.
Pedro se sentó al lado de una mujercita vieja. Ella examinó a Pedro con la ayuda de sus gafitas, y le preguntó si tal vez estuviera en el hospital por la primera vez. Antes de que Pedro pudiera contestar, contó que siempre le dolía el vientre después de comer pudín o cerezas o setas. "Sí", dijo Pedro, "las cerezas no son tan inocentes que parecen".
De repente entró en la sala de espera un niño con un perro. Tenía cerca de siete años de edad, y el perro era un pastor alemán muy joven. Todos miraron al perro y al dueño, quienes fueron expulsados por una enfermera. Algunos rieron alto y uno gritó: "¡Por supuesto al perro le duele el vientre!" Entonces a Pedro le dio del codo la mujercita. "¿Te llamas Pedro?", le preguntó. "Le toca a Pedro."



Vino una enfermerita muy bonita, quien llevó a Pedro a un cuarto de reconocimiento médico. Allí estuvo un médico con una grande jeringa. "¿No tienes miedo a una venopunción?", dijo, y le cucó un ojo a la enfermera. Ella se sentó al buró y comenzó a llenar un formulario.
El médico buscó una vena en el brazo izquierdo de Pedro. Mientras charlaba del tiempo frío y del tráfico intenso, extrajo muchos tubos de sangre. Al fin terminada la obra, Pedro sentía vertigos por unos minutos. "¡Muy bien!", dijo el médico. "Eres un chico bravo." Y la enfermera dijo que Pedro tenía que volver la semana siguiente, en la misma hora y el mismo lugar.
"Espera un momento", dijo Pedro, "En la semana que viene estoy con mi madre. ¿Quieres escribir la dirección y el número de teléfono? Spilstraat 13-B, 043-33311251. Si tal vez me necesites, puedes encontrarme allí. La enfermera sonrio maliciosamente y escribió estos datos en el formulario.
Al salir por la sala de espera, Pedro vio que ahora le tocó al hombre gordo. El hombre le miró a Pedro interrogativamente. "Yo no he recibido cerezas", dijo Pedro. El hombre gordo miró a la grande enfermera que lo vino a recoger, y la siguió, meneando la cabeza.


En la tarde, Pedro visitó a su madre, y le contó todo lo que le hubo pasado en el hospital. Su madre observó que, entonces en Gronsveld con tío Harie, el comer cerezas lo había hecho muy enfermo, así que se veía un poco pálido. De hecho, dijo, ahora Pedro se veía un poco pálido también. ¿Cuántos tubos de sangre han extraído? "Siete tubos de sangre", contestó Pedro.
El día siguiente, su madre le trajo a Pedro una carta extraña. "Mira lo que me ha traído el cartero", dijo. "Es una carta del hospital para un tal Piet van der Beeck". Abrió el sobre, y leyeron lo que sigue: "Estimado señor van der Beeck, la cita del miércoles que viene, el once de marzo a las diez, la hemos aplazado al miércoles dieciocho de marzo en la misma hora."
Y cuando Pedro llegó a su propio cuarto en la noche, para sacar su cepillo de dientes, encontró en el umbral de la puerta una carta dirigida a Pedro Pudín de Pan. "Estimado señor Pudín de Pan", leyó, "deploramos que no hubiera venido a la policlínica en el miércoles pasado." Entonces Pedro comprendió que los del hospital por accidente lo hubieron cambiado con un otro Pedro. Le dieron venopunciones en lugar de cerezas. Y todavía no sabía por qué le dolía el vientre después de comer cerezas.