PEDRO PUDÍN DE PAN Y SU ÁNGEL GUARDIÁN

En sus años jóvenes, se decía a Pedro Pudín de Pan que él, como cada uno, tenía su propio ángel guardián. Y había aprendido la oración correspondiente: "Ángel de Dios que eres mi custodio, a quien la bondad de Dios ha encargado de mí, ayúdame, guárdame, guíame y dirígeme. Amén." Sin embargo, desde entonces siempre se preguntaba qué hacía este ángel para ayudarle etcetera.
Hace unos años, durante vacaciones en Francia, cayó de su bicicleta en una curva muy pronunciada al descender de una colina empinada. Pero si no hubiera caído en esta curva, desde la siguiente habría caído a la quebrada. Por eso le dijo gracias a su ángel guardián, a quien llamaba Armando desde entonces. Pero el accidente le había causado unas rozaduras grandes. Por eso, en medio de todo, no era muy grande su gratitud.
Había visto en un libro de Tintín cómo un diablo le excitó a Milú que lamiera un charquito de vino mientras que un ángel quería disuadirle de hacerlo. ¿Tal vez existieran los ángeles guardianes para salvar a todos de las tentaciones de los diablos? Sin embargo, Pedro Pudín de Pan había participado una vez en una carrera de ochocientos metros por el bosque en la que unos participantes de intento corrieron por un recorrido más corto. Incluso Pedro se había desviado del recorrido demarcado, por intento, y así inmerecidamente obtenido el séptimo lugar. ¿Pero donde estaba entonces su ángel guardián?

Un buen día de verano en septiembre, Pedro estaba errando por los campos. Le ocurrió que su ángel tal vez tuviera la tarea de mostrarle la hermosura de la Creación de Dios. Sin embargo, en la noche del mismo día, el presentador de las noticias de la televisión le dijo que algún terrorista palestino, vestido de judío ortodoxo, hubo volado un autobús lleno de ciudadanos de Tel Aviv. ¿Por qué no había impedido su ángel Armando que Pedro fuese a ver las malas noticias sobre la Creación de Dios?
Cierto día, Pedro y su ángel guardián convinieron que el ángel fuese a aparecer cerca de la cueva de la aldea de Bemelen en cierto momento convenido. Pedro había ido a la cueva, lleno de esperanza. En el momento convenido apareció en el horizonte una vaca. ¿Era posible que el vaca fuese el ángel Armando? No lo creía Pedro, pero por previsión le dirigió la palabra a la bestia. Pero la vaca solo dijo "¡mu!".
Al fin, cuando Pedro ya no era tan joven, de repente descubrió qué hacía el ángel para ayudarlo. Estaba de pie al lado de su armario de libros, mirando todos los libros que había leído con entusiasmo, como "Los pastorcitos de Fátima que vieron a María", o "Sobre la inmortalidad del alma", por el padre Basilius Kleijnen S.J., o "La vida del santo cura de Ars". Se dio cuenta de que los ángeles tenían que recordar a todos la existencia del cielo.